segunda-feira, agosto 07, 2006

Capítulo VII. De como descubrimos que el pop se hace a cabezadas (em castelán)


Hace ya un año tuve la suerte de ver a Nick Cave en concierto, uno de los iconos de la música de los ochenta. Era interesante ver a la gente que asistí al concierto: jóvenes con deseos de ver a una leyenda, despistados que no sabían muy bien de qué se trataba eso e, por supuesto, los fieles seguidores de Cave. Yo, sinceramente, disfruté mucho del concierto, pero no pude dejar de sentir que me perdía de la mitad de lo que pasaba allí, seguramente porque Nick Cave no es un icono de mi generación. Me pasó todo lo contrario viendo a un grupo de escoceses que ya son una indiscutible leyenda en la historia del pop de los 90.
Después de recorrer escenarios a lo largo de varias horas, en el Fórum finalmente cayó la noche y, poco a poco, la gente empezó a acercarse al que era el escogido para presenciar a Belle & Sebastian. Las leyendas en torno a Stuart Murdoch o a Stevie Jackson son numerosas y el grupo no siempre estuvo lejos de los escándalos (¿qué fue de Isobel Campbell?...) pero no hay nada como verlos en vivo y dar forma a las voces que desde hace diez años dominan la escena pop. ¿Qué hacer con ocho personas en vivo? Pues, por lo menos desde donde estaba yo, parece que lo tienen muy claro: pasarlo bien. Cambiando instrumentos e roles a lo largo del concierto, Belle & Sebastian conquistan a propios y a extraños con canciones que nadie sabe muy bien cómo bailar, pero que todos bailan. Murdoch, haciendo honor a su nombre, juega a director de orquestra, no sólo con la suya, si no que también con el público que responde como si fuera una marioneta y Murdoch tuviera los hilos. Baja del escenario, camina entre el público y bromea a la menor oportunidad.
De todos modos, seguramente la sorpresa la dio Jackson con una personalidad que deja en evidencia que Belle & Sebastian no es un grupo de un solo hombre. Fue el, sin duda, quien dio los mejores momentos de la noche: después de una tórrida hora mediterránea -literalmente, el calor era asfixiante-, cuando hasta Murdoch estaba asombrado por ver a Jackson todavía con su chaqueta puesta, nos regaló la visión de un hombro y volvió a ponerse la chaqueta, como si nada; ya hacia el final, fue poseído por el espíritu de Zidane y vio en Murdoch a Materazzi dándole un cabezazo en el estómago y derribándolo al suelo.
Y, después del éxtasis con “Electronic Renaissance”, de nuevo con el friquismo de Jackson ocultándose del público, “I’m a Cuckoo” y “Funny Little Frog”, Murdoch tuvo que negarse a complacer al respetable porque, si no recordaba mal, la noche aún era joven y otros grupos tenían que ocupar el escenario (The Cardigans, ¿qué más da?). Hora y media que supo a poco (a casi nada) y dejó a todos con ganas de más. Sí, la noche era joven, pero lo mejor estaba visto. Las leyendas irían a otro lado a seguir haciendo de las suyas.

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