Capítulo IX. De como con sutilezas se puede volar
Recuerdo un capítulo de los Simpsons: Homero está en el festival de Lollapalooza y los Smashing Pumpkins tocan “Zero” mientras el público mueve el cuerpo rítmicamente (no podemos llamar a eso “bailar”). Siempre pensé que muchos de los grupos musicales que más me gustan hacen música francamente difícil de bailar. Quizás sea lo que menos importa, sobre todo porque yo, hablando con sinceridad, no sé bailar. Pero ¿cómo moverse en un concierto de Sigur Rós, por ejemplo? Es una cuestión nada sencilla y podríamos estar dándole vueltas hasta que terminara la hora y quince minutos que estuvieron en el escenario del Summercase. Era mejor ocuparse de otras cosas. Además, cuando es difícil saber exactamente en qué momento empieza el concierto, hay mucho más de que preocuparse. Sutilmente empezaron, con una cortina cubriendo el escenario, con sonidos e imágenes, palmas y gritos, repeticiones y un público entregado de antemano. Sutilmente también terminaron con la misma cortina, con sombras y luces, con colores y con interminables aplausos del abundante público. ¿Y en el medio? De todo. Empezando por un conjunto de cuerdas y otro de viento que dieron muchísimo cuerpo a la música de los islandeses, ya de por sí inabarcable -genial la imagen del trombón bailando al fondo del escenario; pasando por un bombardeo de colores e imágenes que hipnotizaban al compás de la música y terminando con la introvertida personalidad del grupo que, intentando no darse por enterados de la presencia del público, construían atmósferas y mundos alejados de la calurosa noche barceloní.
¿Qué consiguieron? Levantarnos del suelo por unos momentos, hacer que nos olvidáramos de todo, bueno o malo, y obligarnos a soñar con frías y sutiles noches nórdicas lejos, muy lejos del sur.
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