segunda-feira, novembro 21, 2005

Capítulo V. De cómo ser friqui sin morir en el intento. La variante gallega


Ante la pregunta de ¿qué es ser freaky (friqui o como mejor les parezca)? siempre es muy difícil responder. Lo más fácil es hacer referencia al término inglés. Después de todo de ahí viene la expresión. Pero fuera de ese principio de similitud poco se puede hacer para ser comprendido cuando alguien es ajeno a un término que en Galiza se usa tan recurrentemente. Los intentos, con mucha probabilidad, siempre terminarían en definiciones tautológicas, enemigas tan encarnizadas de los lexicólogos. Yo, por mi parte, no puedo explicarle de mejor forma que dando ejemplos de friquismo, como se viven día a día en Santiago.
Algo que es muy enriquecedor en las clases de este lado del Atlántico es que la gente que asiste puede venir de licenciaturas muy distintas. En el caso de las clases de doctorado, el fenómeno, por lo menos el filología románica, no es tan generalizado, pero siempre algo habrá. Este año, por ejemplo, hay historiadores, historiadores del arte, además de filólogos de lo más heterogéneos. El año pasado el panorama no era tan variado, pero aún así había grandes experiencias. Estaba, por ejemplo, el tetracéfalo, como un amigo los bautizó. Cuatro filólogos clásicos que nunca se separan (un ser con cuatro cabezas) y nunca hablan con el mundo exterior. No sé cómo lo logran, pero es así. Siempre, donde sea que los veas, están los cuatro hablando sólo entre ellos en voz muy baja. Uno pensaría que en clases de literatura clásica serían los que más intervendrían con comentarios o cuando teníamos que hacer la traducción de los textos, pero no, inmutables, ni una palabra. Es decir: ejemplo de friquismo número uno.
En otra clase, de épica germánica, evidentemente la mayoría de los alumnos eran de filología alemana. Éstos eran otro ejemplo de mutismo superlativo. Ellos serían cuatro o cinco y sólo éramos dos que no sabíamos nada de alemán. Lo curioso es que cuando había que hacer lecturas en voz alta de textos en clase (en alemán, aunque fuera del siglo XII), no eran capaces de hacerlo y no porque no supieran alemán, evidentemente. Permanecían callados, inmutables, incluso un compañero alemán. Todos, estoicos como piedras. Ahí no está el elemento friqui, sólo es curioso. Destaco a un par de compañeros como friquis por antonomasia. El profesor mostraba un petroglifo para hablar de una leyenda de la épica germánica y preguntó qué pensábamos que era un animal que aparecía en la imagen. Las respuestas eran más o menos lógicas (pueden ver la imagen aquí): perro, lobo.... En fin, un canino. Sin embargo, un compañero con evidentes y amplios conocimientos de cinegética dijo que por el rabo, se trataría de un zorro, pero por las orejas, de un lobo. La clase enmudeció ante tanta sabiduría y el profesor tuvo que dar de inmediato la solución, aún más friqui que este comentario. Se trataba de una nutria... Ejemplo de friquismo número dos. No puedo dejar de comentar que otro de los compañeros de filología alemana disfrutaba mucho haciendo comparaciones entre los cantares de épica germánica y las películas de Hollywood. Funcionaba como un parámetro de comparación: “No, no se parece mucho a las películas de Hollywood. Sí, este cantar es más como las películas de Hollywood.” Otro claro ejemplo de friquismo.
Pero la vida entera está plagada de episodios friquis. Un amigo asturiano, por ejemplo, se llama Pachu y en la lista de asistencia de un congreso de materia artúrica lo pusieron entre interrogaciones, como si se negaran a aceptar la posibilidad de que se llamara así. (Tengo que agregar que eso nunca me ha pasado a mí con mi segundo nombre, que produce una imposibilidad de ser pronunciado, pero nunca la duda de su propia existencia). Mi compañero de departamento escuchó una vez por la calle cómo un heroinómano llegaba con una bolsa con donas, le ofrecía una a otro y éste, negando, le contestaba “No, tío, no. Yo paso de eso que es pura química”... Sin comentarios. El friquismo por estos rumbos está en el ambiente como se puede comprobar cuando ves en los despachos de los profesores fotos de Harrison Ford, escuchas en los de otros música de “Saturday night fever”, encuentras a extranjeros radicales que exigen falar em galego, porque estamos na Galiza (a veces, lo acepto, tiendo hacia ese extremo).
La vida cotidiana es así. Este mismo viernes fui a cenar a casa de una amiga y la situación degeneró tanto que acabamos representando la última cena y cantando canciones de series infantiles de la televisión, versos latinos o poemas islandeses por la calle. Una noche cualquiera en Santiago de Compostela.
En casa tenemos varios amigos interesantes que evidencian esta tendencia. En el cuarto de la lavadora habita o galego. Claro, como los gallegos son pequeños, sólo uno de ellos podría vivir ahí. Además, comparten casa con nosotros la Vaca Épica (ahora mismo amarrada por razones inconfesables), Chuchi (una perra con serios problemas de drogas y autoestima), Missy (la perra hawaiana), Flim (la tortuga sin cuello) y a Xoaninha (la catarina). Hay que agregar que tanto Flim como a Xoaninha viajaron con nosotros a Benicàssim y disfrutaron mucho la estancia, gracias.
Ahora, hablando con mis compañeros de departamento, recordamos muchos otros episodios, pero esto bien podría ser el cuento de nunca acabar, así que me detengo. Después de todo, el friquismo no se conoce hasta que se vive. Los invito a todos, pues, a que vivan el friquismo.