quarta-feira, agosto 17, 2005

Capítulo III. Donde se trata de Benicàssim, entre el campo de concentración y los mejores conciertos de mi vida


A Emiliano, porque habría disfrutado mucho más que yo estar ahí, y a mis queridas gringuitas, que aprecio muchísimo justo por no ser gringuitas.

Recuerdo claramente el día en que me enteré que Creamfields iría a México. Estaba muy emocionado al respecto. Claro, después descubriría que el cartel era francamente pobre y que iría al concierto sólo por ver a Massive Attack. Ése era el festival musical más decente al que podía aspirar (obviaré el “Vive Latino”, claro está). Después, cuando fui por primera vez a Barcelona, coincidió mi estancia ahí con el Sonar, pero estaba más interesado en conocer media Península Ibérica que en gastar mis euritos en volver a ver a Massive Attack. Sin embargo, mi momento no tardaría en llegar. Cada año, desde hace once, en la primera semana de agosto, en Benicàssim (València) se celebra el que es, sin duda, el mejor festival musical en España. En algún momento había considerado la posibilidad de ir este año, pero siempre pensé que en esas fechas estaría de viaje, si no en México, en algún país Schengen que no me requiriera visado (estoy un poco harto de todo lo que tenga que ver con la burocracia). Al final, por cosas del destino, no fue así por lo que hice mis maletas para irme por una semana a Benicàssim. El cartel era para chuparse los dedos. Estaba encabezado por The Cure (un lujo, aunque ya bien conocido, incluso en los países “primer-mundistas” como “España” -ojo con las comillas, ¿eh?-), Underworld (un lujo para mí. Un verdadero lujo...), Nick Cave & The Bad Seeds (prácticamente imposibles de ver y más en un festival masivo) The Tears (que parece, pero no es Suede. Insisto, no es Suede), Yo la Tengo (grandes, enormes), Basement Jaxx (esta vez se pasaron un poco de gringos) y Oasis (bueno, nada es perfecto...) Además de los “grandes”, había varios grupos quizás más llamativos para mí: Fischerspooner, Peaches, Electronicat, Kings of Convenience, Ladytron, Hot Hot Heat, Kasabian, Kaiser Chiefs, The Wedding Present, Roisin Murphy... En fin, era prácticamente inmejorable. Sólo faltaba Belle and Sebastian o Björk, que este año no me hicieron el favor, porque vienen de vez en cuándo al FIB.
La experiencia en Benicàssim se reduce a una premisa incuestionable: debí haberlo hecho hace un par de años. Para empezar, el camping gratuito fue bautizado por nosotros con el nombre de campo de concentración. El calor era insoportable (hacía calor en el pueblo, pero el problema eran las lonas que pusieron para “proteger” las casas de campaña. Era un invernadero) y el lugar increíblemente reducido para la cantidad de gente que había. Evidentemente nadie se quejaba de que las regaderas estuvieran heladas y fueran al aire libre. La gente se quejaba más de que por las noches no hubiera agua en el camping. Era un motivo más loable. Como era imposible escoger un lugar adecuado para poner la casa (más bien era ‘donde encuentres lugar, apaña antes de que alguien más lo haga’) sufrimos problemas de espalda todas las noches que pasamos ahí y a la segunda ya era penosa nuestra situación, sobre todo si duermes sólo 5 ó 6 horas (el calor impide dormir más allá de las 10 de la mañana), y todas mal. Sí, sí, es cierto, una no va buscando comodidades a un festival de este tipo.
Bueno, estamos despiertos, a la playa (media hora caminando bajo el sol en su máximo apogeo). Qué hermoso es el Mediterráneo pero, ¿por qué no puedo dejar de sentirme como si estuviera en Cancún? Ya, ya sé, es por los gringos. Malditos gringos, están donde sea, y para ellos cualquier lugar del mundo es igual, siempre que haya beer y party. Son como los perros de Pavlov: escuchan ponchis ponchis (no tiene que ser bueno; de hecho mejor que sea malo, así no tienen que pensar) y empiezan a bailar, sin importar el contexto. Estoy seguro de que lo harían en una iglesia, en un submarino, en una biblioteca. Les da igual. ¿Lo peor de todo? Es contagioso. Dios nos libre de la epidemia... ¿No estamos en València? Parla català!, o valencià si quieres (por una vez me habría dado lo mismo como filólogo), pero no inglés. Imposible...
Tres de la tarde. Hay que ir pensando en volver. Los conciertos empiezan a las 4:30 y, aunque todavía hace demasiado calor, después de todo vine a escuchar buena música, no a ver gringos más rojos que un camarón bailando e intentando ligar en la playa. El regreso es complicado: mucho calor, mucha gente, siempre duele volver al campo de concentración (‘diablos, se acabó la batería de mi celular.’ Si estás dispuesto a esperar media hora a que se desocupe un contacto y a estar el tiempo que tarda en cargarse apretando los ladrones porque todos tienen falso contacto y si no lo haces simplemente no se carga, tienes el problema resuelto).
Dentro del recinto, aún poca gente. A conocer nuevos grupos, muy gratas sorpresas, así se desquitan los euros gastados. ¿Tienes sed? Nada más fácil de solucionar: pagas dos euros y te dan una botella de 300 cl. (hagan cuentas...) ¿No te alcanza? Hay una fuente de agua “potable” que sabe a arena. Aquí piensan en todo. ¿Una cerveza? cinco euros. ¿Hambre? Chawarma por cinco euros. Lo único barato dentro eran, irónicamente, los discos. Y después, a olvidarse de todo, cantar, bailar, descansar a ratos. Todo bien, excepto la frustración de no poder ver todo lo que quisieras. Es fantástico bailar con Tomato haciendo el friqui durante dos horas, escuchar a Robert Smith cantar igual de genial a pesar de los kilitos de más, descubrir que los ñoños -Kings of Convenience- también pueden triunfar (y mucho) en el mundo de la música, ver contonearse a Brett Anderson (que sigue siendo Brett Anderson, a pesar de todo), bailar un buen rato al ritmo de la inigualable voz de Roisin Murphy (con o sin Moloko es genial), ser testigo de un desfase digno de Sonic Youth con Yo la Tengo, admirar al histórico Nick Cave... La lista es grande, enorme, y todo es perfecto hasta que a las dos de la mañana (y no antes si ese día anduve con suerte) la espalda empieza a exigir su descanso. Pero esta vez no sobre un suelo irregular y lleno de hoyos, sino sobre una cama, por Dios, una cama.
La jornada acabó. Mañana a empezar otra vez. Y así durante cinco días. Cinco días inolvidables, que no habría cambiado por nada. Pero, ¿dónde está mi cama? ¿Y dónde está mi silla para ver los conciertos cómodamente? Estoy viejo, no cabe duda. Debí haberlo hecho hace un par de años. ¿Era joven hace un par de años?... ¿Benicàssim 2006? Quizás, con un colchón de aire.

segunda-feira, agosto 01, 2005

Capítulo II. Donde se trata de Cangas, ciudad de vigoréxicos comedores de gofres


Hace unos años, en los 70 del siglo pasado, en cualquier mapa de España se veía claramente frente a Vigo, al otro lado de la ría, un nombre: Cangas. Era una ciudad muy pequeña, pero importante por el dinero que producía una enorme fábrica de conservas que había en la ciudad y la pesca de ballenas. Hoy es más difícil dar con ella en un mapa y apenas puede llamársele ciudad. Sin embargo, aún es capital (no de provincia, claro, pero al fin y al cabo es “capital” do Morrazo).
¿Qué se puede decir de Cangas? Por lo menos, que es una ciudad desconcertante. No es nada raro ver pasar por la calle un grupo de veinte motociclistas completamente cubiertos de cuero y haciendo retumbar sus motores. En las ventanas de la mayoría de los bajos (aquellas “afortunadas” viviendas que están a ras del suelo) pueden verse las persianas casi cerradas, sólo con el espacio suficiente para que un par de ojos observen atentamente todo lo que ocurre en la calle -axexen, ou non sei cantos sinónimos mais em galego- (non quero pensar no que ocurrirá nas xanelas superiores, aquelas que non poden ser, ao mesmo tempo, axexadas...) La estética de Cangas, si hay algo que me haya llamado la atención a lo que pueda llamar “estética”, está relacionada con una filosofía del menor esfuerzo: ‘si los azulejos son tan fáciles de limpiar, ¿por qué no poner azulejos también en las fachadas?’. Pero no, no piensen en la talavera de Puebla ni mucho menos, son azulejos de baño, tal cual. Otro elemento tradicional de Cangas son los suicidas por ahorcados, muy típicos de la región, aunque tampoco excluyentes, sólo los más comunes, supongo que por tratarse de un método cómodo ya que la zona está llena de árboles muy prácticos para la ocasión.

La escena política de la ciudad es increíble. El primer partido que ganó las elecciones al reinstaurarse la democracia fue el comunista. Sin embargo, hoy el PP gobierna la zona, pero nunca está lejana la posibilidad de que el pueblo protagonice otra “movida” como la que en los ochenta se encargó de echar fuera (de modo muy violento, por cierto) a un alcalde socialista que no pudo pisar la ciudad hasta hace muy poco tiempo.

Todos aquellos latinoamericanos que están leyendo estas líneas sabrán que hablar de que circula la heroína por nuestras calles es, en realidad y en términos generales, bastante falso. Hay muchas otras cosas más que podrían encontrarse. Cangas no sigue este principio. La heroína es algo bastante común, aunque tengo que aceptar que no es exclusivo de la ciudad, y ya un reportaje en algún periódico de hace unos años decía que Galicia competía con Albania en el mercado del narcotráfico (aunque en este caso se trate de cocaína). Así andarían las cosas. Hace unos meses un cangués apareció muerto en las vías del AVE en Madrid. Nadie sabe bien por qué ni cómo fue a para tan lejos, después de sólo unas horas de haber desaparecido, pero dicen las malas lenguas (de lo más comunes, por cierto) que estaba metido en asuntos de narcotráfico y fue víctima de un ajuste de cuentas.

Pero bueno, Cangas tiene unas playas bellísimas, sobre todo la “praia dos alemáns”, pseudo-nudista, donde curiosamente pueden descubrirse los reflejos de cristales detrás de los matorrales (¿binoculares, acaso?) o misteriosos movimientos rítmicos producto de actividades inconfesables por parte de algunos fieles seguidores a la desnudez de dicha playa. Sin embargo, debo confesar que lo que más me llamó la atención la primera vez que estuve ahí fue que Cangas es, sobre todo, una ciudad de vigoréxicos. Recuerdo haber ido a recorrer la ría en una corta tarde otoñal y toparme con media ciudad corriendo o andando en bici por la rivera. A partir de ese momento mi atención se centró en ese fenómeno, que se confirmaba a cada momento, pero lo más sorprendente fue descubrir, al día siguiente, una exposición en el Auditorio sobre cayacs, remos, bicicletas... Supongo que es un poco la manía de tener un campeón olímpico en la zona, pero de cualquier manera es bastante exagerado. En otra ocasión, un par de amigos, Andrea y Sebastián (quien, por cierto, atraviesa la ría a nado. Sin comentarios...) quedaron completamente fascinados frente a la maravillosa fuente de la Alameda Nueva que deslumbraba a los observadores con sus juegos de luces y chorros de aguas. Cómo se nota que estamos en primer mundo.

De cualquier manera, lo mejor de la ciudad, y por mucho, lo dejé para el final. En la Alameda Vieja hay un pequeño puesto pintado con los colores del arcoíris donde el Señor Gofre puede ser encontrado (si es que se tiene suerte). Nadie sabe con precisión qué días y a qué hora abre la tienda. No piensen, por favor, que esto se debe a la pereza del Señor Gofre. El pobre tiene que compartir su ajetreado día con su otro negocio: un local donde tatúa y hace piercengs (con horario también bastante inconstante), además del cuidado de su nieto (Gofrito, para los amigos) y los deberes maritales, ya que realmente quien manda es la esposa, y no el Señor Gofre, un belga que se enamoró de una gallega y se fue a vivir a Cangas llevándose consigo los mejores gofres que pueden imaginar, mejores que los belgas, según un conocedor venido de Bélgica. Si algún día pasan por Cangas y tienen la suerte de encontrar abierto el puesto en la Alameda Vieja, no desaprovechen y cómanse un gofre. Si no, pasen a la tienda de tatuajes. ¿Quién sabe? Quizás con una perforación te dé un vale por un gofre y salgas ganando.