segunda-feira, novembro 21, 2005

Capítulo V. De cómo ser friqui sin morir en el intento. La variante gallega


Ante la pregunta de ¿qué es ser freaky (friqui o como mejor les parezca)? siempre es muy difícil responder. Lo más fácil es hacer referencia al término inglés. Después de todo de ahí viene la expresión. Pero fuera de ese principio de similitud poco se puede hacer para ser comprendido cuando alguien es ajeno a un término que en Galiza se usa tan recurrentemente. Los intentos, con mucha probabilidad, siempre terminarían en definiciones tautológicas, enemigas tan encarnizadas de los lexicólogos. Yo, por mi parte, no puedo explicarle de mejor forma que dando ejemplos de friquismo, como se viven día a día en Santiago.
Algo que es muy enriquecedor en las clases de este lado del Atlántico es que la gente que asiste puede venir de licenciaturas muy distintas. En el caso de las clases de doctorado, el fenómeno, por lo menos el filología románica, no es tan generalizado, pero siempre algo habrá. Este año, por ejemplo, hay historiadores, historiadores del arte, además de filólogos de lo más heterogéneos. El año pasado el panorama no era tan variado, pero aún así había grandes experiencias. Estaba, por ejemplo, el tetracéfalo, como un amigo los bautizó. Cuatro filólogos clásicos que nunca se separan (un ser con cuatro cabezas) y nunca hablan con el mundo exterior. No sé cómo lo logran, pero es así. Siempre, donde sea que los veas, están los cuatro hablando sólo entre ellos en voz muy baja. Uno pensaría que en clases de literatura clásica serían los que más intervendrían con comentarios o cuando teníamos que hacer la traducción de los textos, pero no, inmutables, ni una palabra. Es decir: ejemplo de friquismo número uno.
En otra clase, de épica germánica, evidentemente la mayoría de los alumnos eran de filología alemana. Éstos eran otro ejemplo de mutismo superlativo. Ellos serían cuatro o cinco y sólo éramos dos que no sabíamos nada de alemán. Lo curioso es que cuando había que hacer lecturas en voz alta de textos en clase (en alemán, aunque fuera del siglo XII), no eran capaces de hacerlo y no porque no supieran alemán, evidentemente. Permanecían callados, inmutables, incluso un compañero alemán. Todos, estoicos como piedras. Ahí no está el elemento friqui, sólo es curioso. Destaco a un par de compañeros como friquis por antonomasia. El profesor mostraba un petroglifo para hablar de una leyenda de la épica germánica y preguntó qué pensábamos que era un animal que aparecía en la imagen. Las respuestas eran más o menos lógicas (pueden ver la imagen aquí): perro, lobo.... En fin, un canino. Sin embargo, un compañero con evidentes y amplios conocimientos de cinegética dijo que por el rabo, se trataría de un zorro, pero por las orejas, de un lobo. La clase enmudeció ante tanta sabiduría y el profesor tuvo que dar de inmediato la solución, aún más friqui que este comentario. Se trataba de una nutria... Ejemplo de friquismo número dos. No puedo dejar de comentar que otro de los compañeros de filología alemana disfrutaba mucho haciendo comparaciones entre los cantares de épica germánica y las películas de Hollywood. Funcionaba como un parámetro de comparación: “No, no se parece mucho a las películas de Hollywood. Sí, este cantar es más como las películas de Hollywood.” Otro claro ejemplo de friquismo.
Pero la vida entera está plagada de episodios friquis. Un amigo asturiano, por ejemplo, se llama Pachu y en la lista de asistencia de un congreso de materia artúrica lo pusieron entre interrogaciones, como si se negaran a aceptar la posibilidad de que se llamara así. (Tengo que agregar que eso nunca me ha pasado a mí con mi segundo nombre, que produce una imposibilidad de ser pronunciado, pero nunca la duda de su propia existencia). Mi compañero de departamento escuchó una vez por la calle cómo un heroinómano llegaba con una bolsa con donas, le ofrecía una a otro y éste, negando, le contestaba “No, tío, no. Yo paso de eso que es pura química”... Sin comentarios. El friquismo por estos rumbos está en el ambiente como se puede comprobar cuando ves en los despachos de los profesores fotos de Harrison Ford, escuchas en los de otros música de “Saturday night fever”, encuentras a extranjeros radicales que exigen falar em galego, porque estamos na Galiza (a veces, lo acepto, tiendo hacia ese extremo).
La vida cotidiana es así. Este mismo viernes fui a cenar a casa de una amiga y la situación degeneró tanto que acabamos representando la última cena y cantando canciones de series infantiles de la televisión, versos latinos o poemas islandeses por la calle. Una noche cualquiera en Santiago de Compostela.
En casa tenemos varios amigos interesantes que evidencian esta tendencia. En el cuarto de la lavadora habita o galego. Claro, como los gallegos son pequeños, sólo uno de ellos podría vivir ahí. Además, comparten casa con nosotros la Vaca Épica (ahora mismo amarrada por razones inconfesables), Chuchi (una perra con serios problemas de drogas y autoestima), Missy (la perra hawaiana), Flim (la tortuga sin cuello) y a Xoaninha (la catarina). Hay que agregar que tanto Flim como a Xoaninha viajaron con nosotros a Benicàssim y disfrutaron mucho la estancia, gracias.
Ahora, hablando con mis compañeros de departamento, recordamos muchos otros episodios, pero esto bien podría ser el cuento de nunca acabar, así que me detengo. Después de todo, el friquismo no se conoce hasta que se vive. Los invito a todos, pues, a que vivan el friquismo.

segunda-feira, setembro 26, 2005

Capítulo IV. De las deudas que México tiene con España. ¿Burocracia? Fírmeme de recibido, por favor

A todos aquellos que tienen que sobrevivir día a día esta lucha.

Algo curioso pasa con la sabiduría popular: suele ser contradictoria. Se dice, por ejemplo, que “al que madruga, Dios lo ayuda” pero hay que recordar que, después de todo, “no por mucho madrugar amanece más temprano”. ¿Cómo quedamos, entonces? Algo parecido pasa con el modo en que vamos conociendo nuestro entorno. En principio, se supone que lo más sensato (y fácil) es conocer primero lo que tenemos más cerca y así, poco a poco, ir ampliando los conocimientos. Un ejemplo: primero hay que conocer bien el país donde naciste y después podrás empezar el recorrido por lejanos paisajes. Sin embargo, también hay quien dice que no hay mejor manera de conocer tu entorno que desde la distancia. ¿Y entonces? En mi caso, creo que me he dejado llevar más por el segundo principio que por el primero. No tanto por desconocimiento de mi país, sino más bien porque cuando más me dediqué a recorrer esos dos millones de kilómetros cuadrados que se llaman México fue muy pequeño, acompañando a mi padre a ver estadios de fútbol por todo el país (ironías de la vida). En fin, que de muchas cosas no me acuerdo. De cualquier manera, ahora que juego el segundo rol, eso de ver con el lente de la distancia, descubro cosas de las que sí me acuerdo.
México, ese país donde la burocracia es un enemigo a vencer y, además, es uno muy poderoso. Ahora está muy de moda lo de desmantelar el aparato burocrático porque resulta que, por si fuera poco, es caro para el gobierno. Seguramente nunca llegaremos a extremos tan increíbles como en la India, donde no es algo tan raro que la gente decida quitarse la vida en lugar de seguir los largos (interminables) caminos de la burocracia. Sin embargo, podemos estar seguros de que pocos países pueden superar la que tenemos en México. Pero, ¿de dónde habrá surgido ese aparato tan grande y poderoso? Sí, bueno, quizás un historiador o economista podría decirnos que los estratos sociales en México fueron sumamente fuertes desde las culturas prehispánicas, así que una organización escalonada tan impermeable no debería extrañar a nadie. Como sea... De cualquier manera, ahora me toca vivir el otro gran foco creador de la burocracia mexicana, el de aquel pueblo que tuvo la idea de ir a enseñarnos “cómo debe funcionar la civilización”. En fin, poco por agradecerles.
Hay drásticas diferencias entre la burocracia mexicana y la del Estado Español. Después de todo, no debemos olvidar que éste es un país “primer-mundista”. Las colas en las oficinas son considerablemente menores. En la mayoría de éstas funciona lo de “toma un papelito y espera tu turno” y muchas veces puedes realizar una parte del trámite por internet para agilizar las cosas. No quiero imaginar qué sería de este país si no se “agilizaran” así las cosas. Por ejemplo, el título académico que demuestra que estás licenciado puede tardar dos años. Sé que en México puede tardar unos meses (en mi caso tres), pero esto me parece el colmo. Sin embargo, el tiempo que se le dedica a la burocracia es el menor de los problemas en el Estado Español. En México, después de pasar toda una mañana realizando papeleo (probablemente logrando obtener sólo un papel, en caso de necesitar varios) puedes salir de la oficina con la cabeza en alto pensando “conseguí avanzar un poco, mañana ya no tendré que preocuparme por esto”. Del otro lado del Atlántico las cosas funcionan muy distinto. ¿En que radica la diferencia? No sé bien a qué se deba. Tengo mis teorías (por ejemplo, acá las personas que se dedican a la burocracia son “funcionarios”, es decir, tienen un puesto de trabajo de por vida, que sólo en circunstancias dramáticas pueden perder. Un caso para que se hagan una idea: un profesor de secundaria, también “funcionario” en las mismas circunstancias, que es acusado de abusar de sus alumnos -insultos, golpes e incluso más- es trasladado a otra secundaria, no despedido ni mucho menos. Así pues, un burócrata tiene poco de qué preocuparse, por lo que la eficiencia es mucho pedir), sin embargo, prefiero no abundar en ello.
Más bien me gustaría hablar de ejemplos. Ingenuamente llega alguien a una oficina, pide un papel (que normalmente cuesta, y mucho) y le dan un recibo para que lo recoja. Va una semana después por él y el papel está mal hecho. “No, lo siento, no es nuestra culpa. Usted no se explicó bien. Claro que le podemos hacer otro. Pague de nuevo y vuelva en una semana.” La pesadilla empieza, y esto se puede repetir ad infinitum. ¿Las calificaciones en la universidad? Tengo amigos que cada vez que piden su expediente académico se llevan sorpresas: el promedio les baja una y otra vez (con las mismas asignaturas hechas), les desaparecen materias que ya hicieron, les abren un nuevo expediente en una licenciatura que ya terminaron (como si, por alguna razón, quisieran hacerla de nuevo)... No me extraña que algunos de ellos ya no quieran volver a pedir su expediente. ¿Y lo peor de todo? Siempre, cuando algo está mal, es por culpa de la persona que solicita el papel. Pareciera que en la cosmovisión de los funcionarios es imposible que ellos puedan haber cometido algún error. Después de todo, son funcionarios. ¿De quién pudo haber sido el error, entonces? Obviamente, de los que solicitan los documentos. ¿Quién más queda?
Bueno, pero hay que reconocer que la Universidade de Santiago de Compostela tiene un premio en el Estado Español por su eficiencia en este rubro. ¿Que en qué se basan para otorgarlo? Cada organismo se fija una serie de metas para cumplir en un año. Si las cumples, tienes premio. Viéndolo así, no quiero ni pensar en las metas que se habrá fijado la USC para conseguir ese premio. Cada vez que tengo que ir a la UXA (unidade de xestión académica) a enfrentarme con el sistema, realmente tengo pavor.
Después de experiencias de este tipo sólo puedo pensar en una cosa: ¿cómo es posible que en México estas situaciones no sean más comunes? La única respuesta que se me ocurre es que los burócratas mexicanos temen por sus puestos de trabajo. Es curioso: tantos años estudiando en México y nunca tuve una calificación equivocada, nunca tuve que hacer un trámite dos veces. Sí, siempre tardaba mucho, pero salía de la oficina con un peso menos sobre mí. Aquí siempre salgo con miedo de tener que volver para arreglar las cosas que yo (¿quién más, si no?) hice mal en esta ocasión. ¿Quieren que les hable de lo que se necesita para tener el permiso de residencia en este país? Bueno, sólo diré que podría considerar ser ilegal, no tanto por no cumplir con los requisitos para obtener el permiso, sino porque pierdes media vida en conseguirlo. Buen método para desanimar a la migración.
Vaya forma de ver México desde fuera, ¿no? ¿Las distancias dan objetividad? No lo sé. Por el momento sólo dan un contraste, y obligan a dar muchas vueltas por las oficinas.

quarta-feira, agosto 17, 2005

Capítulo III. Donde se trata de Benicàssim, entre el campo de concentración y los mejores conciertos de mi vida


A Emiliano, porque habría disfrutado mucho más que yo estar ahí, y a mis queridas gringuitas, que aprecio muchísimo justo por no ser gringuitas.

Recuerdo claramente el día en que me enteré que Creamfields iría a México. Estaba muy emocionado al respecto. Claro, después descubriría que el cartel era francamente pobre y que iría al concierto sólo por ver a Massive Attack. Ése era el festival musical más decente al que podía aspirar (obviaré el “Vive Latino”, claro está). Después, cuando fui por primera vez a Barcelona, coincidió mi estancia ahí con el Sonar, pero estaba más interesado en conocer media Península Ibérica que en gastar mis euritos en volver a ver a Massive Attack. Sin embargo, mi momento no tardaría en llegar. Cada año, desde hace once, en la primera semana de agosto, en Benicàssim (València) se celebra el que es, sin duda, el mejor festival musical en España. En algún momento había considerado la posibilidad de ir este año, pero siempre pensé que en esas fechas estaría de viaje, si no en México, en algún país Schengen que no me requiriera visado (estoy un poco harto de todo lo que tenga que ver con la burocracia). Al final, por cosas del destino, no fue así por lo que hice mis maletas para irme por una semana a Benicàssim. El cartel era para chuparse los dedos. Estaba encabezado por The Cure (un lujo, aunque ya bien conocido, incluso en los países “primer-mundistas” como “España” -ojo con las comillas, ¿eh?-), Underworld (un lujo para mí. Un verdadero lujo...), Nick Cave & The Bad Seeds (prácticamente imposibles de ver y más en un festival masivo) The Tears (que parece, pero no es Suede. Insisto, no es Suede), Yo la Tengo (grandes, enormes), Basement Jaxx (esta vez se pasaron un poco de gringos) y Oasis (bueno, nada es perfecto...) Además de los “grandes”, había varios grupos quizás más llamativos para mí: Fischerspooner, Peaches, Electronicat, Kings of Convenience, Ladytron, Hot Hot Heat, Kasabian, Kaiser Chiefs, The Wedding Present, Roisin Murphy... En fin, era prácticamente inmejorable. Sólo faltaba Belle and Sebastian o Björk, que este año no me hicieron el favor, porque vienen de vez en cuándo al FIB.
La experiencia en Benicàssim se reduce a una premisa incuestionable: debí haberlo hecho hace un par de años. Para empezar, el camping gratuito fue bautizado por nosotros con el nombre de campo de concentración. El calor era insoportable (hacía calor en el pueblo, pero el problema eran las lonas que pusieron para “proteger” las casas de campaña. Era un invernadero) y el lugar increíblemente reducido para la cantidad de gente que había. Evidentemente nadie se quejaba de que las regaderas estuvieran heladas y fueran al aire libre. La gente se quejaba más de que por las noches no hubiera agua en el camping. Era un motivo más loable. Como era imposible escoger un lugar adecuado para poner la casa (más bien era ‘donde encuentres lugar, apaña antes de que alguien más lo haga’) sufrimos problemas de espalda todas las noches que pasamos ahí y a la segunda ya era penosa nuestra situación, sobre todo si duermes sólo 5 ó 6 horas (el calor impide dormir más allá de las 10 de la mañana), y todas mal. Sí, sí, es cierto, una no va buscando comodidades a un festival de este tipo.
Bueno, estamos despiertos, a la playa (media hora caminando bajo el sol en su máximo apogeo). Qué hermoso es el Mediterráneo pero, ¿por qué no puedo dejar de sentirme como si estuviera en Cancún? Ya, ya sé, es por los gringos. Malditos gringos, están donde sea, y para ellos cualquier lugar del mundo es igual, siempre que haya beer y party. Son como los perros de Pavlov: escuchan ponchis ponchis (no tiene que ser bueno; de hecho mejor que sea malo, así no tienen que pensar) y empiezan a bailar, sin importar el contexto. Estoy seguro de que lo harían en una iglesia, en un submarino, en una biblioteca. Les da igual. ¿Lo peor de todo? Es contagioso. Dios nos libre de la epidemia... ¿No estamos en València? Parla català!, o valencià si quieres (por una vez me habría dado lo mismo como filólogo), pero no inglés. Imposible...
Tres de la tarde. Hay que ir pensando en volver. Los conciertos empiezan a las 4:30 y, aunque todavía hace demasiado calor, después de todo vine a escuchar buena música, no a ver gringos más rojos que un camarón bailando e intentando ligar en la playa. El regreso es complicado: mucho calor, mucha gente, siempre duele volver al campo de concentración (‘diablos, se acabó la batería de mi celular.’ Si estás dispuesto a esperar media hora a que se desocupe un contacto y a estar el tiempo que tarda en cargarse apretando los ladrones porque todos tienen falso contacto y si no lo haces simplemente no se carga, tienes el problema resuelto).
Dentro del recinto, aún poca gente. A conocer nuevos grupos, muy gratas sorpresas, así se desquitan los euros gastados. ¿Tienes sed? Nada más fácil de solucionar: pagas dos euros y te dan una botella de 300 cl. (hagan cuentas...) ¿No te alcanza? Hay una fuente de agua “potable” que sabe a arena. Aquí piensan en todo. ¿Una cerveza? cinco euros. ¿Hambre? Chawarma por cinco euros. Lo único barato dentro eran, irónicamente, los discos. Y después, a olvidarse de todo, cantar, bailar, descansar a ratos. Todo bien, excepto la frustración de no poder ver todo lo que quisieras. Es fantástico bailar con Tomato haciendo el friqui durante dos horas, escuchar a Robert Smith cantar igual de genial a pesar de los kilitos de más, descubrir que los ñoños -Kings of Convenience- también pueden triunfar (y mucho) en el mundo de la música, ver contonearse a Brett Anderson (que sigue siendo Brett Anderson, a pesar de todo), bailar un buen rato al ritmo de la inigualable voz de Roisin Murphy (con o sin Moloko es genial), ser testigo de un desfase digno de Sonic Youth con Yo la Tengo, admirar al histórico Nick Cave... La lista es grande, enorme, y todo es perfecto hasta que a las dos de la mañana (y no antes si ese día anduve con suerte) la espalda empieza a exigir su descanso. Pero esta vez no sobre un suelo irregular y lleno de hoyos, sino sobre una cama, por Dios, una cama.
La jornada acabó. Mañana a empezar otra vez. Y así durante cinco días. Cinco días inolvidables, que no habría cambiado por nada. Pero, ¿dónde está mi cama? ¿Y dónde está mi silla para ver los conciertos cómodamente? Estoy viejo, no cabe duda. Debí haberlo hecho hace un par de años. ¿Era joven hace un par de años?... ¿Benicàssim 2006? Quizás, con un colchón de aire.

segunda-feira, agosto 01, 2005

Capítulo II. Donde se trata de Cangas, ciudad de vigoréxicos comedores de gofres


Hace unos años, en los 70 del siglo pasado, en cualquier mapa de España se veía claramente frente a Vigo, al otro lado de la ría, un nombre: Cangas. Era una ciudad muy pequeña, pero importante por el dinero que producía una enorme fábrica de conservas que había en la ciudad y la pesca de ballenas. Hoy es más difícil dar con ella en un mapa y apenas puede llamársele ciudad. Sin embargo, aún es capital (no de provincia, claro, pero al fin y al cabo es “capital” do Morrazo).
¿Qué se puede decir de Cangas? Por lo menos, que es una ciudad desconcertante. No es nada raro ver pasar por la calle un grupo de veinte motociclistas completamente cubiertos de cuero y haciendo retumbar sus motores. En las ventanas de la mayoría de los bajos (aquellas “afortunadas” viviendas que están a ras del suelo) pueden verse las persianas casi cerradas, sólo con el espacio suficiente para que un par de ojos observen atentamente todo lo que ocurre en la calle -axexen, ou non sei cantos sinónimos mais em galego- (non quero pensar no que ocurrirá nas xanelas superiores, aquelas que non poden ser, ao mesmo tempo, axexadas...) La estética de Cangas, si hay algo que me haya llamado la atención a lo que pueda llamar “estética”, está relacionada con una filosofía del menor esfuerzo: ‘si los azulejos son tan fáciles de limpiar, ¿por qué no poner azulejos también en las fachadas?’. Pero no, no piensen en la talavera de Puebla ni mucho menos, son azulejos de baño, tal cual. Otro elemento tradicional de Cangas son los suicidas por ahorcados, muy típicos de la región, aunque tampoco excluyentes, sólo los más comunes, supongo que por tratarse de un método cómodo ya que la zona está llena de árboles muy prácticos para la ocasión.

La escena política de la ciudad es increíble. El primer partido que ganó las elecciones al reinstaurarse la democracia fue el comunista. Sin embargo, hoy el PP gobierna la zona, pero nunca está lejana la posibilidad de que el pueblo protagonice otra “movida” como la que en los ochenta se encargó de echar fuera (de modo muy violento, por cierto) a un alcalde socialista que no pudo pisar la ciudad hasta hace muy poco tiempo.

Todos aquellos latinoamericanos que están leyendo estas líneas sabrán que hablar de que circula la heroína por nuestras calles es, en realidad y en términos generales, bastante falso. Hay muchas otras cosas más que podrían encontrarse. Cangas no sigue este principio. La heroína es algo bastante común, aunque tengo que aceptar que no es exclusivo de la ciudad, y ya un reportaje en algún periódico de hace unos años decía que Galicia competía con Albania en el mercado del narcotráfico (aunque en este caso se trate de cocaína). Así andarían las cosas. Hace unos meses un cangués apareció muerto en las vías del AVE en Madrid. Nadie sabe bien por qué ni cómo fue a para tan lejos, después de sólo unas horas de haber desaparecido, pero dicen las malas lenguas (de lo más comunes, por cierto) que estaba metido en asuntos de narcotráfico y fue víctima de un ajuste de cuentas.

Pero bueno, Cangas tiene unas playas bellísimas, sobre todo la “praia dos alemáns”, pseudo-nudista, donde curiosamente pueden descubrirse los reflejos de cristales detrás de los matorrales (¿binoculares, acaso?) o misteriosos movimientos rítmicos producto de actividades inconfesables por parte de algunos fieles seguidores a la desnudez de dicha playa. Sin embargo, debo confesar que lo que más me llamó la atención la primera vez que estuve ahí fue que Cangas es, sobre todo, una ciudad de vigoréxicos. Recuerdo haber ido a recorrer la ría en una corta tarde otoñal y toparme con media ciudad corriendo o andando en bici por la rivera. A partir de ese momento mi atención se centró en ese fenómeno, que se confirmaba a cada momento, pero lo más sorprendente fue descubrir, al día siguiente, una exposición en el Auditorio sobre cayacs, remos, bicicletas... Supongo que es un poco la manía de tener un campeón olímpico en la zona, pero de cualquier manera es bastante exagerado. En otra ocasión, un par de amigos, Andrea y Sebastián (quien, por cierto, atraviesa la ría a nado. Sin comentarios...) quedaron completamente fascinados frente a la maravillosa fuente de la Alameda Nueva que deslumbraba a los observadores con sus juegos de luces y chorros de aguas. Cómo se nota que estamos en primer mundo.

De cualquier manera, lo mejor de la ciudad, y por mucho, lo dejé para el final. En la Alameda Vieja hay un pequeño puesto pintado con los colores del arcoíris donde el Señor Gofre puede ser encontrado (si es que se tiene suerte). Nadie sabe con precisión qué días y a qué hora abre la tienda. No piensen, por favor, que esto se debe a la pereza del Señor Gofre. El pobre tiene que compartir su ajetreado día con su otro negocio: un local donde tatúa y hace piercengs (con horario también bastante inconstante), además del cuidado de su nieto (Gofrito, para los amigos) y los deberes maritales, ya que realmente quien manda es la esposa, y no el Señor Gofre, un belga que se enamoró de una gallega y se fue a vivir a Cangas llevándose consigo los mejores gofres que pueden imaginar, mejores que los belgas, según un conocedor venido de Bélgica. Si algún día pasan por Cangas y tienen la suerte de encontrar abierto el puesto en la Alameda Vieja, no desaprovechen y cómanse un gofre. Si no, pasen a la tienda de tatuajes. ¿Quién sabe? Quizás con una perforación te dé un vale por un gofre y salgas ganando.

terça-feira, julho 05, 2005

Capítulo I. Donde se trata de Roque y su latente genialidad


Cristina tiene un sobrino de apenas tres años. Toda su corta vida ha vivido en Cangas, una pequeña ciudad justo frente a Vigo. El ferry te deja en su puerto en apenas 20 minutos. Sin embargo, no hay mucho más que agregar acerca de Cangas (además de los exquisitos gofres y otros llamativos detalles, de los que hablaré después...) Es curioso cómo no se necesita estar en una gran ciudad para encontrarse con personas como Roque. Bueno, supongo que el hecho de ser hijo de un par de filólogos siempre ayuda. Ya saben, eso de la supremacía de la raza...
Roque está en parvulitos (delicioso latinismo gachupín contra nuestro germanismo “Kinder”. No sé cuál me fascina más) y ahí, un buen día, en clase vieron una serie de imágenes de algunas de las obras más importantes de Occidente. El resultado no se hizo esperar. Al llegar a casa le contó a su madre todo lo que había hecho en el día. Le habló de “Las señoritas de Avignón”, de “La piedad”, “La Gioconda” y otras tantas obras maestras de Occidente. Siempre hay que apoyar el desarrollo intelectual de los niños, dicen por ahí, así que, al ver el interés de Roque por tan maravillosas revelaciones, la madre recordó que Cristina le había traído de Barcelona un rompecabezas en 3D de varias obras de Picasso, “Las señoritas de Avignón” entre ellas. De inmediato se pusieron a buscar el nunca más adecuado juguete, pero misteriosamente no aparecía por ninguna parte. Cuando llegó el padre, Roque, lleno de ansiedad por el paradero de su juguete corrió a recibir al recién llegado preguntando una y otra vez «papá, papá, ¿dónde están “Las señoritas de Avignón”?», ante el desconcierto de su padre por tan inesperada preocupación de su hijo.
Sí, bueno, bien podría ser coincidencia, si nos ponemos exquisitos. Sin embargo, la cosa no quedó ahí. Evidentemente este episodio despertó la admiración de toda la familia, así que rápidamente las tías y los padres empezaron a mostrarles todas las obras artísticas que se les podían ocurrir. Entre estos cuadros, uno que le llamó mucho la atención fue “Las Meninas” de Velázquez (humildemente tengo que decir que se lo mostré yo), debido a la misteriosa ubicación de los reyes. «¿Dónde están los reyes?», preguntaba una y otra vez el extrañado niño. No, no debemos perder la esperanza. Aún puede salir republicano, o hasta nacionalista (galego, siempre galego), simplemente le llamó mucho la atención que los reyes estuvieran sólo en el reflejo del espejo. Tiene mucho sentido.
La madre de Roque tiene como fondo de escritorio en su computadora un cuadro de Boticelli, “El triunfo de la Primavera”. En otra de las sesiones de “culturización” del historiador del arte en ciernes, ojeaban un libro sobre Boticelli y Roque, raudo y veloz, identificó los trazos del italiano. En las páginas apareció una imagen, “El nacimiento de Venus”, y Roque dijo, con completa seguridad «es el que tiene mamá en el ordenador». “El triunfo de la Primavera” aparecería hasta después. Me perdonarán, pero esto es una exageración.
Claro que como cualquier genio tiene sus plantos y su carácter. Tengo el honor de decir que me regaló un cuadro original que hizo pensando en mí donde el rojo, uno de sus colores preferidos, predomina. Mientras juntos analizábamos la nueva obra, le preguntaba por los colores característicos del lienzo (en realidad se trata de un cartón, pero por ser fieles a la tradición...) y mencionó el rojo, a lo que yo, ingenuamente, repliqué «vermello, Roque» y el niño tuvo un arranque de furia durante el cual azotó la obra contra el piso, le saltó encima, le escupió para, finalmente, dármela. Qué tonto soy, el niño no ha caído en las garras del confuso bilingüismo gallego. Me estaba hablando en castellano, no había necesidad de sacar a colación palabras en gallego. Otro planto destacable fue una ocasión en la que decidió escupirme en el pantalón y a Cristina en la mano. Pero bueno, se le perdona siempre que siga por el camino de las artes...
Cabe agregar que, además, Roque tiene dotes de buen músico y se dedica a tocar un saxofón de juguete haciendo dúo con su pequeña hermana, Clara (de quien ya hablaré después), en el piano además de que corrige lingüísticamente a su padre (que, por cierto, se dedica a la traducción. Sin comentarios...) Y luego dicen que el interés en las Artes y las Humanidades se está perdiendo. Será cierto, pero siempre reconforta saber que aún quedan niños como Roque.